La Historia de San Michele by Axel Munthe

La Historia de San Michele by Axel Munthe

autor:Axel Munthe
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biografía
publicado: 1929-04-28T05:00:00+00:00


XVI - Viaje a Suecia

CREO haber contado ya algo de la enfermedad del cónsul sueco; fue precisamente en esta época. He aquí la historia: el Cónsul era un hombrecillo amable y tranquilo, con mujer americana y dos niños. Había estado ya con ellos por la tarde. Uno de los niños estaba resfriado, con fiebre, pero insistía en levantarse para festejar al padre, que volvía de Suecia aquella noche. La casa estaba llena de flores y se les había concedido a los niños participar en la cena. La madre me enseñó, feliz, dos afectuosos telegramas del marido, uno de Berlín y otro de Colonia, anunciando su regreso. Me parecieron un poco largos.

A medianoche recibí una llamada urgente de la señora. Me abrió la puerta el mismo Cónsul, en camisa de dormir. Dijo que la cena había sido aplazada para esperar la llegada del Rey de Suecia y del Presidente de la República Francesa, que acababa de concederle la Gran Cruz de la Legión de Honor. Añadió que había comprado en aquellos días le Petit Trianon para residencia veraniega de su familia. Estaba furioso con su mujer porque aún no se había puesto el collar de perlas de María Antonieta que le había regalado; llamaba a su hijito le Dauphin y se anunciaba como Robespierre… Folie de grandeur! Los niños gritaban aterrorizados en su cuarto, su mujer estaba postrada por el dolor, y el fiel perro, agazapado bajo la mesa, gruñía de miedo. De pronto, mi pobre amigo se volvió violento y hube de encerrarlo con llave en su dormitorio, donde lo destrozó todo y por poco consigue que ambos nos precipitásemos por la ventana.

Por la mañana fue llevado al asilo del doctor Blanche, en Passy. El famoso alienista sospechó desde el primer momento parálisis general. Dos meses después el diagnóstico era claro; el caso era incurable. Como la Maison Blanche era muy cara, decidí hacerlo trasladar al asilo gubernativo de Lund, pequeña ciudad del sur de Suecia. El doctor Blanche era contrario. Según él, sería una empresa peligrosa y cara, pues no había que fiarse de su transitoria lucidez mental: en todo caso, debería ser acompañado por dos guardas capaces. Dije que, debiendo reservar para los niños el poco dinero que quedaba, el viaje debía emprenderse del modo más económico posible, por lo cual le acompañaría a Suecia yo solo. Cuando firmé los papeles para sacarlo del manicomio, el doctor Blanche renovó por escrito sus advertencias, pero, naturalmente, yo sabía más que él. Llevé en seguida al cónsul a la Avenue de Villiers. Durante la cena estuvo perfectamente tranquilo y razonable, excepto cuando intentó cortejar a Mamsell Ágata, a quien, indudablemente, fue ésa la única vez que le cupo semejante fortuna. Dos horas después estábamos encerrados en un compartimiento de primera clase, en el rápido nocturno para Colonia; en aquella época no había vagones con pasillo. Por casualidad, era yo médico de uno de los Rothschild, propietarios del Chemin de Fer du Nord. Se dieron órdenes para facilitar en todo nuestro



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